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El hogar del buen pintor.

 

La “ciudad” es un lugar geográfico, un lugar estético y un nivel de percepción. Quienes habitan “la ciudad” visten una especie de aura perceptible en el cuerpo. A ciertas horas la ciudad puede parecer vacía, muerta, pero a una señal sonora o térmica el flujo comienza y es como cualquier lugar pero a la gente la mueve una intención estética y al mismo tiempo un rechazo de la cursilería. Para quienes no caben en ella, la ciudad termina abruptamente. Lo que sigue es la caída primero y la ingravidez del espacio exterior. Flotar y flotar hasta la muerte, ahogados por la falta de oxígeno o sustento. La fealdad de rasgos es la principal razón por la que la gente cae al vacío de las precipitaciones. Se trata de una sociedad más excluyente y más exigente que cualquier otra civilización de cualquier época. Su elitismo no tolera ninguna mínima excepción, no hay nepotes. Desde cierta perspectiva es cruel, el filo de una hoja de papel que corta sin querer un globo ocular, un súbito dolor interior. En el centro, en la plaza, un espejo de fino marco de madera labrado sobre un pedestal da nombre a la ciudad y apostrofa en silencio a quien lo mira, emite certificados de expulsión e invitaciones a la fiesta de gala, proporciona sin querer los temas a tratar. Delinea lo insoslayable. Hay quienes se empeñan en vivir en la ciudad sin pertenecer a ella, pero deben regresar por cable o por cualquier medio a su lugar de origen,  para evitar en la medida el forcejeo. Ya no es tan común ver a las mujeres de falda corta y lencería pisar con sus estiletos las manos de quienes quedan colgando del borde, aferrándose a las garras de la esperanza...

 La población local está libre de muchos defectos genéticos. Son humanos, con una vida emotiva, y hay quienes extrañan una maqueta diferente, a ellos les está permitido partir. Para los balseros que optan por la ruta acuática, el mar termina abruptamente en una cascada que se disuelve en el vacío de burbujas tornasoles y de flores. Da lo mismo saltar al final de la corteza desde los miradores. Los habitantes amistan libremente desde temprana edad y pueden ensayar el amor a discreción. Quienes han llegado a ocupar un lugar, no tanto laboral, cualquier espacio histórico en ese museo de cera natural, tienen sus necesidades económicas resueltas por los rebotes de las consecuencias. Aún así deben estar atentos para ganarse el pan halando palancas y oprimiendo botones de alerta o conduciendo jets hacia el exilio. De esa manera permanece tensa y en movimiento la cadena  de bicicleta del trabajo. Las tendencias a la homogeneidad han provocado conflictos con otras tempestades de planetas rosáceos y complicadas tiras de vuelo, pero la ciudad ha conservado su orden intrínseco, su oscura razón de ser y la defiende a sangre y fuego si se requiere. Es fiel al himno que se entona todas las mañanas en las estaciones de radio y tv. Las consecuencias en motivación son enormes y se aprecian en el buen desempeño laboral y artístico que ha arrojado en consecuencia un enorme museo de arte moderno al aire libre, compenetrado con las pulsaciones sanguíneas del asfalto y del acero, empotrado en la carne de cristal. Lo único que no le está permitido a la ciudad es crecer en extensión territorial ya que es un cono de nieve flotando en el espacio, una isla, es decir, cuenta con tajantes límites naturales. Pero si usted tuvo la suerte de nacer en ella jamás tendrá que mirar en otra dirección con disgusto, ya que la crema y nata de la belleza corporal y la simetría bilateral encuentra su habitat idóneo en la ciudad de diseño. La cohesión del suelo se fortalece con la telaraña de los pensamientos afines y la adecuación a las oquedades del aire y del tiempo sucede con precisión cronométrica.  Abundan las misses, las modelos, actrices, actores, concursantes de todo tipo. Mujeres de leotardo con las piernas de fuera sacan a pasear sus perros aztecas. La ciudad no se libra de seis cambios de estación al año ni de las modas pasajeras en el vestir y en la música. Hay una verdadera pasión por los cantautores, los actores, teatrales y cinematográficos, por los deportistas con records olímpicos. Enormes espectaculares sostienen los rostros del momento con sus implicaciones económicas de poder. La naturaleza es benévola, y nunca se alza con saña en contra de los habitantes. Es vanidad el aire y el rotor que se adivina, el instrumento preferido de sus talentos. Vivir en un cono de tierra suspendido, con diferentes capas geolíticas, provisto de atmósfera y biología enorgullece a cualquiera. En los momentos difíciles se miran a los ojos y desciende una especie de láser azucarado que alivia todo los malestares y derriba las inconformidades más firmes. Es un remedio de origen.

Quienes viajan al extranjero conocen la guerra y la miseria, la fealdad y deformidad de seres que son encauzados a reproducir esos errores naturales, compensaciones de subeybaja en el terreno de la dualidad. Vaya humos de fábrica. La ciudad es el hogar del buen pintor, del que traza con esmero rasgos y figuras de los hombres nacientes, y angosta el cuerpo de las mujeres por la cintura y hace crecer bíceps y tríceps en los gimnasios. A la playa va la gente a bailar el vals de la verificación del aspecto atractivo. ¿Quién no quisiera una tajada de ciudad en su corazón de pastel? Un poco de ciudad en la tableta de distribución de su tiempo, en la gráfica de sus frivolidades inquietas. Pero esas ondas no fueron emitidas para todos los posibles receptores y lo peor del caso es que habitantes de otros locii deben velar sin saberlo porque la filosofía de la ciudad no llegue a saturar los cargadores de sus armas de fuego, por ejemplo en la Tierra. En la “ciudad” son más longevos, la gente cuenta con remedios caseros para cualquier malestar, la medicina se practica por oficio. Al aire llegan mareas rojas y amarillas de luz que tiñen las franjas celestes y es entonces cuando mueren las cucarachas y vemos a los trabajadores barriendo las calles e incinerando en fosas comunes el cucaracherío muerto. La ciudad es el hogar del buen pintor y debe permanecer limpia y reluciente en toda ocasión. Así que a las brigadas se suman voluntarios de todas las viviendas y en un dos por tres rearreglan la apariencia del lienzo vehicular. Oiga, usted no pertenece a la ciudad. Tiene que marcharse o me veré obligado a echarlo fuera. Y usted, más allá, por el contrario, ¿qué espera para venir a vivir con nosotros? Su lugar en su escritorio, frente a la computadora, permanece vacío, anímese a formar parte de nuestra comunidad. ¿Qué está haciendo lejos de casa? Se expone a degenerar su genética sin una orientación curricular. En los diarios aparecen listados completos de personas que no están donde debieran. No lo piense en sentido figurado, compre su terreno desde la Tierra, venga a vivir al hogar del buen pintor.

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por favor, reenvía este mensaje a quien consideres que deba vivir en el hogar del buen pintor...


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